viernes, 22 de mayo de 2020

Tendencias en gestión de recursos humanos en las Administraciones Públicas: mantenemos un alto porcentaje genético de Neandertales



Se dedica esta entrada a las conclusiones sobre un artículo en elaboración respecto las últimas tendencias en recursos humanos en el sector público. Concluido el artículo -pendiente de revisión- la conclusión sobre las nuevas tendencias es bastante pesimista.
El tiempo parece haberse parado, y casi todos aquellos aspectos sobre los que se habían puesto esperanzas en su modernización en las últimas décadas, mantienen en esencia su misma configuración con tibios avances.

Respecto a los modelos de empleo público sigue detectándose una tibia tendencia a la “hibridación” de los modelos. La transición más presente en todo caso sigue yendo desde el modelo de carrera hacia aspectos del modelo de empleo (más incidencia en la consideración de los puestos concretos, del concepto de versatilidad o polivalencia, y un cierto desgaste al carácter de necesariamente permanente de los puestos públicos –no tanto vía despido como mediante la consolidación de empleos y sistemas de empleo temporales o coyunturales–).

La planificación del empleo público y junto a este concepto, el de correcto dimensionamiento de plantillas, sigue presentando unas deficiencias enormes y pocos pasos en la línea recomendada de profesionalizar la labor de planificación y dimensionamiento. En lugar de discrepancias técnicas, las tensiones siguen siendo entre políticos y sus espacios de poder, departamentos o cuerpos funcionariales. Mal vamos y, por cierto, ausencia total de la recomendación de (@CarlesRamio) sobre más puestos para timonear y menos para remar.

La selección, provisión y carrera. Los sistemas de selección siguen básicamente igual. Se detecta una cierta sofisticación en las pruebas de selección, en la buena línea; pero la presencia de pruebas memorísticas excesivas y la ausencia de detección de actitudes y aptitudes recomendada de forma excelsa por (@GorritiMikel) sigue patente. En este punto, solo el empleo en la Administración Pública de la UE parece haber dado ese paso de que las competencias en sentido amplio y sobre todo las “competencias blandas” prevalezcan sobre las competencias cognitivas, importantes, pero que deberían haber minorado su presencia sobre todo con la modernización de las herramientas informáticas y el entorno de la gobernanza. La provisión de puestos sigue siendo muy estática, y la polivalencia, versatilidad o el acudir al criterio de idoneidad persona-puesto, siguen siendo aspectos ausentes. La carrera de los empleados públicos va teniendo mayor presencia de nuevas dimensiones (formación, actitudes, trayectoria, etc), pero lamentablemente la antigüedad sigue siendo el factor predominante para el avance en la carrera profesional en numerosas Administraciones Públicas.

Organización del trabajo. Los últimos trabajos estadísticos reflejan la necesidad recalcada por los propios empleados de horizontalizar o “aplanar” las jerarquías, tal como se recomendaba también por la doctrina al respecto. Este aspecto –en definitiva trabajar en equipos– está en una buena línea, y parece haberse interiorizado que el enorme potencial que disponen las Administraciones Públicas no se puede sesgar tanto con el concepto antiguo, rígido y algo clasista incluso, de los cuerpos funcionariales; concepto especialmente visible en los modelos de carrera como el francés o el español.

Evaluación, control y sistema retributivo. Son muchos los países que han avanzado hacia un mayor control de resultados o “accountability” y su vinculación con las retribuciones. Por desgracia sin embargo, no se puede hablar de un modelo o receta extrapolable a todo contexto, y esta falta de modelos solventes ha llevado a los países con modelos de carrera a experimentar pocos cambios en la implementación de la evaluación del rendimiento, del desempeño, y aún menos en la línea de acabar con la “tabula rasa” en las remuneraciones de los empleados públicos. Efectivamente, nadie le ha puesto aun el cascabel al gato aunque todos señalan su necesidad.

Función directiva y sistema de formación. Se vinculan estos dos conceptos al tener un común denominador en el hecho de ser un importante factor de socialización en valores para las organizaciones, pero poco más, pues sus trayectorias son claramente divergentes.
La función directiva pública va dando pasos hacia la profesionalización, pero los ritmos son muy diferentes entre los países y sigue llamando la atención el atraso español al respecto como señalan habitualmente desde la Asociación para la Dirección Pública Profesional (@AsocDPP) y como se encarga de demostrar con evidencias Jiménez asensio (@rjimenezasensio).
Por su parte la formación en general para los empleados del sector público ha sufrido una importante mejora al hilo de la introducción de sistemas de teleformación que han introducido más dinamismo, versatilidad y sobre todo “democratización” para el acceso masivo a la formación continua necesaria. También se han dado pasos para la superación del exceso de formación “cognitiva”, introduciendo una beta importante de formación “soft” dedicada al desarrollo de habilidades, destrezas y el fomento de las actitudes necesarias para el buen desarrollo en el puesto de trabajo; como venía preceptuando entre otros el profesor Enrique Varela (@cratofobia).

Resta tan solo señalar, que a pesar de no salpicar el texto de referencias bibliográficas, estas sí se incluyen en el artículo en revisión, dejando esta entrada en una línea más divulgativa si bien estas conclusiones no son personales sino reflejo de dicho esfuerzo de revisión bibliográfica hecha con la mejor de las disposiciones científicas e intenciones personales.
No se intenta así más que ir dando pasos para que no se repita la anécdota del empleado público que, en su cena-despedida por su jubilación proclamó: han tenido mis manos durante 40 años; una pena, porque con solo habérmelo pedido hubieran tenido también mi cerebro.

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