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jueves, 18 de noviembre de 2021

¿Está preparado el personal directivo público para negociar?

 

 


Por Oscar Briones Gamarra

Las competencias de transacción, entre las que se cuentan la negociación, la mediación o la persuasión, entre otras, son cada vez más necesarias en un entorno de negociación constante y multinivel como el actual. El denominado “paradigma de la gobernanza” implica precisamente que, si bien los gobiernos son cada vez más poderosos, este poder se despliega en un contexto de mayor horizontalidad, en el que las decisiones son abordadas desde la interacción con distintas administraciones, grupos organizados del tercer sector o incluso asociaciones o agrupaciones de ciudadanos de mayor o menor formalización. Una verdadera Dirección Pública Profesional, implicaría en este entorno una importante adaptación a los cambios constantes en la sociedad y en sus instituciones democráticas.

En este nuevo paradigma en el que los gobiernos y su personal directivo profesional ha de trabajar en redes (institucionales, multinivel o con el tercer sector organizado), cobran importancia especial todas las capacidades relacionadas con la aptitud para negociar, mediar, conciliar o persuadir. Es decir, capacidades para generar confianza, fiabilidad y trabajo colaborativo; todo muy en línea también con el modelo de liderazgo que se preceptúa actualmente, de múltiples denominaciones, pero anclado en todo caso en la idea de fomentar el desarrollo y aprovechar las virtudes de un liderazgo compartido, no jerárquico, y que proporciona por extensión un mejor clima laboral.

Dicho esto, es algo conocido e irrebatible en la doctrina y en la esfera del expertise, que el modelo de Dirección Pública en España está claramente en los últimos lugares en cuanto a su desarrollo y sofisticación en comparación con los vecinos europeos (por cierto, con Portugal como el país que más ha acelerado en la modernización de su modelo directivo público desde el memorándum de rescate del año 2011). Pero no hemos venido a hablar de los múltiples “gaps” existentes, sino a centrar la lupa en uno de ellos del que apenas se habla, pero que cada vez más se presenta como uno de los grandes olvidados: la capacidad de negociación.

De entrada, y por ir fijando conceptos, o desandando las presunciones básicas establecidas tradicionalmente, la capacidad para negociar se puede entrenar, profundizar y, sin ninguna duda, mejorar; pues no estamos ante un “talento natural”, lo cual no implica que una predisposición natural ayude. Las capacidades naturales de una persona para negociar, mediar, persuadir o convencer pueden ser un “acelerador del proceso”, pero en la negociación según se ha demostrado en modelos científicos validados, el método y una buena “disciplina de la negociación” son fundamentales. La negociación es hoy, más que nunca, una auténtica disciplina con su teoría, sus estrategias y sus tácticas propias. Que el personal directivo domine estas materias es una exigencia del propio entorno de la “accountability”, pues negociar mejor supondrá necesariamente unos resultados de la gestión pública mejores en términos de eficacia, eficiencia o impacto, entre otras dimensiones posibles.

Aprender a negociar era ya, últimamente, una recomendación para el personal directivo público si se pretendía profesionalizar. Con el entorno actual, de incertidumbre máxima, cambios tecnológicos de rapidez inusitada y la convivencia con el COVID-19, esta recomendación ha pasado a ser un requisito imprescindible en la trayectoria exigible (sea vía formación o vía experiencia previa) a todo personal directivo público.

Cabe además tener presente el conflicto como contexto ordinario para la negociación. Se trata de un fenómeno de divergencia de intereses inevitable, que va a aparecer necesariamente pero que no siempre tiene resultados negativos, e incluso puede ser visto como una “ventana de oportunidad” para solucionar otros conflictos o déficits latentes en una organización.

Es posible incluso, imaginar que un conflicto pueda ser positivo, por ejemplo, cuando favorece la clarificación y resolución de problemas, cuando hace partícipe a los implicados en la resolución, o cuando posibilita una comunicación más auténtica y ayuda a liberar emociones, estrés y ansiedad. A veces un grupo permanentemente armonioso y tranquilo puede incluso volverse apático o transformar esas buenas relaciones en encubrir un mal desempeño del compañero o del grupo.

Además, mediante las acciones transaccionales disponemos de una forma de solucionar conflictos y promover acuerdos que se distinguen de otras por las siguientes razones:

posibilita la participación de todos los afectados; la solución surge de la puesta en común y por ello es aceptada por todos; combina generalmente intereses convergentes y divergentes; y presenta comportamientos ritualizados particulares.

Incluye, además, como señaló Pruitt, el hecho de que las partes se muevan de sus posiciones iniciales, cediendo a cambio de algo por ambas partes, buscando lo que es de poco valor para uno y de mucho valor para el otro, y reconociendo en definitiva que una situación de no negociación es menos favorable para las partes. El verbo ceder se antoja como elemento imprescindible si de verdad asistimos a una verdadera negociación, y este se ha de poder visualizar –en distinta medida–, en los movimientos de todas las partes presentes. Se suele decir en este sentido que todo proceso de negociación empieza por ponerse de acuerdo en que se quieren poner de acuerdo. No obstante, en el caso de los procesos de negociación en el sector público habrá que evitar el efecto “pólvora del rey” o lo que es lo mismo, que no tenemos encima una vigilancia tan estricta como la que tiene un consejo de administración cuando negocia asuntos clave de su empresa. Para ello, es bueno que se planifique previamente y se tengan en cuenta los límites hasta los que no se podrá ceder más allá. Tanto la política, como los medios o el personal funcionario del departamento deben cumplir también una cierta función de vigilancia de protección de lo público.

La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, imponen con mayor intensidad el perfeccionamiento de la disciplina negociadora. Negociando mejor, gestionaremos mejor; y gestionando mejor legitimaremos y consolidaremos las Administraciones Públicas y por extensión la democracia misma.

La negociación tiene, además, como casi todas las áreas de conocimiento, distintos métodos de acercamiento. Actualmente sigue considerándose idóneo el método Harvard de negociación, por considerarlo el que mayor encaje tiene con el entorno actual de gobernanza multinivel y de predominio de la pluralidad de actores presentes e importante grado de exposición pública. Frente a otros modelos más duros y agresivos de negociación que pretenden una derrota del adversario, en el sector público es necesario tener en cuenta el hecho de que además de que el conflicto es consustancial al entorno mismo (a fin de cuentas, haciendo política se está intentando hacer prevalecer un orden determinado de prioridades para el sector público), el entorno público conlleva necesariamente seguir en el tiempo negociando en muchas ocasiones con los mismos actores. Es decir, al contrario que la compra de una casa en que comprador y vendedor quedan para una transacción puntual, en la negociación en el sector público los distintos actores: gobierno, partidos, sindicatos, asociaciones, empresarios, etc.; van a continuar interactuando -casi con seguridad- necesariamente en el tiempo, por lo que se abona el terreno para que el modelo de negociación Harvard, que deja incólume las relaciones y se centra en los intereses reales de fondo, prevalezca sobre otros modelos de negociación más agresivos. Atrás queda la idea, por tanto, –como afirman Brugué y Gomá– de que quien cede es un cobarde, y quien negocia un pusilánime, rasgos de un modelo de negociación anclado en estilos “patriarcales”, a día de hoy claramente trasnochados y “viejunos”, tanto en sus formas como en sus resultados comparativamente contrastados.

Pero es que, además, en el caso español, el personal directivo público ha de luchar con un entorno especialmente hostil, y más en los últimos tiempos, en el que los principios vencen a los intereses generales del país; en el que ceder parece ser un signo de debilidad y en el que solo proponer una negociación parece ser un delito de alta traición.

Pues los que nos dedicamos al estudio científico de los modelos de Dirección y Gestión Pública seguiremos insistiendo, a) en la necesidad de impulsar una alta preparación previa del personal directivo; b) en refinar los procesos de selección del personal directivo, autonomía para la gestión, protección frente a las interferencias de la política sobre la técnica; c) y, en definitiva, en fomentar un excelente adiestramiento de las capacidades para negociar. Ese nos sigue pareciendo el camino idóneo analizando modelos comparados por todo el mundo.

Y si repitiendo hasta la saciedad que la negociación y la buena disposición a la resolución de los problemas públicos es “hacer país”, seguiremos “haciendo país” desde nuestro laboratorio académico; porque ser un buen/a directivo/a público, es ser también un buen vecino/a.

Algunos episodios a los que estamos asistiendo en España en la gestión de la crisis del COVID-19 reflejan este desequilibrio entre los principios (de partido) y los intereses generales (de país). Participemos en el debate desde nuestro ámbito técnico con ejemplaridad, mostrando que el camino a seguir pasa por la negociación y la gestión colectiva de problemas comunes. Nos parece una obligación en un momento histórico.

Nos va mucho en juego, pues una mala negociación en el sector público supone una derrota colectiva. Puede ser un buen final, como línea a seguir, concluir con la descripción de una dirección pública y una “administración deliberativa”, orientada a la negociación y a la búsqueda de los consensos, como la preceptuada por Brugué y Gomá: …una administración deliberativa es como aquellas madres que esperan la salida de sus hijos del colegio hablando las unas con las otras; relacionándose, comunicándose, construyendo red. Su actitud contrasta con la de muchos padres, grandes profesionales y expertos “recogedores” de niños. Los padres, con una actitud tecnocrática y competitiva, no se distraen hablando con nadie, sino que se concentran en realizar su tarea con la máxima rapidez. Esta supuesta profesionalidad de los padres provoca que a la mañana siguiente todos los niños vistan ropa deportiva menos el nuestro: no nos enteramos que habían cambiado la clase de gimnasia… Mientras, las madres, continúan hablando …”